Avenida Periférico
Valentín Arias
4. Instrucciones para limpiar la frente de un hijo
7 AM
PAPÁ- Voy de la mano con mi niño de 7 años sobre la avenida Periférico. Subo al autobús con ruta al KLH pasando por la avenida Roberto Guerra en este tráfico con idiotas al volante y los claxons, el sudor en la frente y tu puta madre en la boca. Qué lindos. Y están las calles polvosas, un semáforo y el anuncio donde Marilyn Monroe bebe una Coca-cola con el eslogan The world is perfect. En la esquina, una anciana jodida por el sol intenta vender unos chocolates a una señora que habla por celular mientras lentamente sube el vidrio de su camioneta Chevrolet modelo 2019 diciendo que no con el dedo. El sucio chofer empuja al viejecillo pendejo que se estrelló contra el frente del camión, el anciano lo mira emperrado y con miedo mientras se baja del bus. Mi pequeño juega con el celular para matar el tedio del camino mientras pienso en aquella escena de una película brasileña donde dos chamacos delincuentes suben al bus para robar a todos, pero la cosa se fastidia y terminan las cosas de la chingada. Agarro fuerte el asiento de enfrente mientras la señora voltea como si le estuviese hablando. Sonrío como por automático, uno no entiende eso de estar con el otro, de comportarse con el otro, las etiquetas, los buenos días por la mañana cuando el señor de barriga pronunciada y de lentes de pasta dura barre su banqueta y lanza baldes de agua para arrastrar la mugre. Somos changos que viven bonito o al menos nos engañamos con esa idea. Estoy seguro que la vida es escoger la mentira que más nos convenga, la que mejor nos haga dormir por la noche. Eso debe ser.
Disculpen, les pido un poco de su atención, agradezco y espero que me perdonen por quitarles su tiempo. Soy de Honduras –enseña con su mano una credencial que no alcanzo a distinguir–, queremos cruzar la frontera y buscar mejores condiciones. Les pido una moneda, lo que traigan para poder comer un taco, un poco de agua para mi esposa y mi bebé. Dios los bendiga. Camina entre los asientos, las personas buscan en los bolsillos, otros ni siquiera lo miran, se detiene un momento ante mí, extiende la mano. ¿No le vas a dar dinero papá?, dice mi hijo apartando la vista del juego por un momento, con la cabeza le digo que sí y hurgo en el pantalón tratando de sacar la moneda más pequeña para darla. Me mira con reproche mientras devuelve su atención al juego en el celular. El hondureño se despide y baja rápidamente del camión.
Por un momento dudo de sus palabras, perdí la fe en todo. Me siento mal por ello. Dos camionetas de un verde mate rebasan sin el menor cuidado a los automóviles. Siento escalofríos, el ulular de las sirenas siempre me los provoca. Los militares tienen desde el 2010 en nuestra ciudad, desde aquellos días donde el Tony Tormenta fue abatido en el operativo de militares a unos cuantos metros de la orilla de la aduana fronteriza, el cielo nunca tuvo otro color, el miedo era algo normal hasta que se fue. Así, nada más. El trabajo, las tareas del hogar, la escuela nos hizo olvidar…No… Esa no es la palabra. Cada quién decide como nombrarla. La muerte se volvió el abuelo aburrido que nos contaba las mismas anécdotas. El semáforo se ha puesto varias veces en verde y no avanza la fila. Estamos frente al rojo. Es tarde, pienso.
Te extraño mujer, sé que la cagué y mucho. No hay pretexto. Siempre quise ser otra persona, no seguir los pasos de papá, pero los monstruos viven en el inconsciente. No supe darme cuenta a tiempo. Los hombres son peores que gorilas te decía a modo de broma.
Eres un idiota, y todo en ti se iluminaba mientras me abrazabas dando un beso pequeño en mi boca. Ahora ya no hay solución mujer, tienes heridas frescas que no quieren cerrar. Tu regreso lo veo cada vez más lejano. Hace ya cuatro meses de tu ausencia.
El bus no avanza. Los claxons suenan más fuerte, el calor nos agobia, los chingatumadre retumban como letanías entre las calles. Algo no anda bien, desde pequeño mi corazón se estremecía cuando lo malo se acercaba. Mis manos me tiemblan, no tiene sentido, mi estómago se siente como boca de lobo. Observo a todos lados.
UNA PASAJERA- Óigame hijo de la chingada ¿Por qué me agarra el culo?
PAPÁ- La mujer golpea enfurecida a un hombre de zapatos tipo red wing que se hace pendejo alejándose de ella.
Detonaciones de armas de alto impacto. El silencio se apodera de todo. Hombres corren entre los automóviles como heraldos negros presagiando horrores. Una explosión. Fuerte. Poderosa
PAPÁ- Agarro entre mis brazos a mi niño. Soy su escudo, su fortaleza, él no llora ni se aflige. Agáchate, pequeño, no te levantes. Empujo con mi antebrazo y mi espalda es un muro que lo quiere sano, conmigo.
EL HIJO- Papi ¿nos vamos a morir?
PAPÁ - Sonríe y me mira con tranquilidad, creyendo que su padre es Hulk. Con el rabillo del ojo veo el enfrentamiento entre los militares y un comando armado. Escucho llantos, oraciones, manos, cuerpos. El olor a muerte nos vuelve vulnerables. Por un breve momento la calma. El ojo del huracán sobre nuestras cabezas.
De a poco, nos incorporamos, tratamos de entender. Las respuestas se dan con mayor velocidad en un clima violento… ¿Ya pasó? ¿todo bien?, dice un joven con camisa de bachillerato visiblemente alterado.
Un grito.
Ante mí, ante todos, se encuentran cuatro soldados encapuchados con su rifle de alto impacto AK 47 frente a dos jóvenes de 14 y 16 años con la sangre escurriendo por su cuerpo. No tienen escape. El puberto de 16 años me mira fijamente como si viera el reflejo de algún recuerdo, de algo que ya creía perdido. La ventana del bus es la claraboya de los actos.
Los hincan, les dicen que se acuesten en el piso. El más chamaco se agacha y de entre las ropas saca una escuadra y antes de apuntarles…
Llueve.
Las balas suenan a gotas reventando en el piso. Vemos el rostro que se va desfigurando del joven hasta convertirse en una masa sanguinolenta de miembros, dientes y cabello. Sólo queda el humo, el agua corriendo por la avenida.
EL HIJO- Papi…
PAPÁ- Mis manos llenas de sangre…
EL HIJO- Papi…
PAPÁ- Intento desabotonar su camisa de la escuela para buscar el daño.
EL HIJO- Duele…
PAPÁ- Es el cuello… El cuerpo inerte de una señora de unos cincuenta y un años yace muerto con un tiro en la cabeza justo atrás de nuestro asiento… Mi pequeño, no te mueras, hay tantas cosas, tantos helados, quiero verte crecer… Aprieto fuertemente, su respiración es corta, beso su frente como todas las noches, como todos los días. Quiero llorar, pero algo no sale… Trato, chingados, pero la vida se le escapa. No cierres los ojos… Mírame… Vamos al parque como tanto te gusta ¿De acuerdo?... No, mi pequeño, sígueme viendo, mira a papá, siempre a mí…
EL HIJO- Papi…
PAPÁ- Tu rostro, ojos grandes y tan inquietos. Ese corazón prodigioso de caricias y besos. Estas manos incapaces…Han pasado unos minutos… Unos desconocidos se acercan a mí. Mi ropa está llena de sangre, su sangre. Su cuerpo junto al mío como cuando era aún bebé Lo beso… Te amo, mi pequeño… Nunca nadie debería limpiarle la frente a su hijo muerto. Nunca esto debería pasar.