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Décimas y canciones

Ramón Chávez

Elección vocacional

—Estudia, mʼhijo —me dijo  

una ocasión mi papá —; 

ve en busca de la verdáʼ 

y el pensamiento prolijo—.  

Y me dije: —Voy y elijo 

cuál es la mejor opción—.  

Contento y con emoción  

me puse a buscar fulanos  

con el éxito en las manos,  

cuál era su profesión. 

 

Comencé con un doctor  

en céntrico consultorio, 

por cierto que de un velorio  

me lancé de observador. 

Y encontré con estupor  

que el costo de la consulta  

más bien parece una multa  

para mantenerse sano. 

Con razón entiendo, hermano, 

el éxito que resulta. 

 

De ahí me fui al ingeniero,  

un ingeniero civil, 

que construyó casas mil  

con afán de hacer dinero.  

Ya con su plan financiero,  

en terrenos inundables  

hizo casas desechables 

de esas de interés social,  

sin importarle el gran mal 

de quien habría de habitarles. 

 

Vino mi tío el peluquero,  

me dijo con emoción: 

—Entra a Comunicación  

y te dan tu noticiero—.  

Pero la verdad, no quiero, 

no me gusta ser tramposo,  

es un negocio alevoso;  

ése sí no lo prefiero  

porque para hacer dinero 

hay que ser un mentiroso. 

 

Qué decir del abogado  

que litiga defendiendo: 

parece que lo estoy viendo  

en sus billetes ahogado. 

No es asunto especulado  

donde este hombre se mete:  

quien con él se compromete  

en un asunto legal, 

para bien o para mal 

tiene que soltar billete. 

 

El buen administrador  

vive con mucha elegancia,  

le gusta la extravagancia,  

de la vida lo mejor. 

Al realizar su labor  

deberá tener cuidado 

de que el bien administrado  

deje renta contundente,  

sin importarle la gente  

que haya despelucado. 

 

Un vecino profesor 

se metió de diputado: 

todo lo que había enseñado  

ha perdido su valor. 

¡Claro que él está mejor!:  

cachetón y regordete, 

tiene amante que es vedette;  

nada de eso le da miedo 

pues por levantar el dedo 

le pagan un buen billete. 

 

Me fui con el contador  

que jalaba de banquero,  

vivía muy bien ese ñero  

y hasta causaba estupor. 

Luego vino lo mejor  

en su estado financiero:  

por lavado de dinero 

la justicia lo llamó,  

sólo una fianza pagó 

y se peló al extranjero. 

 

Seguí buscando razón  

del éxito financiero 

y me encontré que el dinero 

sólo llena la ambición. 

Es como una maldición  

que corrompe los valores, 

y hasta los hombres mejores  

sucumben a su llamado, 

ya que una vez atrapados  

terminan siendo los peores. 

 

Y sí, estudié una carrera,  

pero con otra intención:  

más bien para el corazón  

que para la billetera 

y puedo andar donde quiera  

sin que nadie me señale;  

porque lo que yo hago vale  

cantando con mi jarana, 

con mi trova tan ufana  

que desde el alma me sale.

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