
Tres cuentos
Orlando Ortiz
El encuentro
—¡Qué gusto me da verla, doña Matilde! Hace años que no me la encontraba por el mercado.
—Mucho tiempo, sí.
—¿Qué me cuenta de nuevo? ¿Cómo está su marido? ¿Y los hijos
—La verdad, no sé, porque mi viejo
—¡Ni me diga! Ya me lo imagino, todos son iguales. El mío, por fortuna, lo tenía bien domadito, y luego, no sé si se enteró, Matildita, pero nos dejó hace cosa de dos años.
—Seguro se fue con una más jovencita.
—No, se me murió, pero a Dios gracias tenía pensión y el segurito de la chamba que no era mucho pero sí suficiente, y como ya habíamos pagado la casa, de nada tenemos que preocuparnos. Y los chamacos
—Ya deben estar grandísimos, ¿no?
—Pa qué le cuento. Y no está usté pa saberlo ni yo pa contarlo, pero Felipito lleva puros dieces en la secundaria, y el otro ya está en la Prepa y va pa ingeniería porque pa él los números no tienen secretos.
—¡Qué afortunada! En cambio mis hijos
—Y ni qué decir de mi chamaca. Es talentosísima y tan guapa que todo el mundo dice que parece artista de cine gringo. No se sorprenda si un día de estos la ve en la tele, en una comedia, porque dice que quiere ser artista, y como tiene conqué
—Oiga, pero ese medio dicen que
—Habladurías, Matildita, puras habladas de gente envidiosa y ardida. Porque usté sabrá que como dice la Santa Biblia, muchos son los llamados y poco los elegidos, o sea que abundan las chiquillas que quieren ser artistas y hasta… bueno, ya se imaginará que andan de ofrecidas y todo, pero ¿viera lo flaquita que están? Pero déjese de eso, lo pior es que ni talento tienen. Si las ponen a recitar la de soy paquito, el brindis o esa de la madre Juana que dice hombres necios y es bien bonita, lo hacen sin chiste, así nomás, sin llorar, sin que les tiemble nada, todas pasmadotas y tiesas; en cambio m’hija llora y le tiemblan las quijadas de la emoción y hasta se arrodilla y le salen lágrimas de a de veras.
—Ya me la imagino. Oiga, qué bonitos jitomates, ¿a cómo se los dieron?
—Bueno… mi compadre me hace precio especial, por eso no puedo decirle, pero mire, es el puesto de allá, tiene lo mejor del mercado. Dígale que va de mi parte y seguro la va a atender como se merece. Adiós, me dio gusto verla, Matildita.
—También a mí, Cuquita, adiós.
—Oiga Matildita, no me llamo Cuquita.
—Tampoco yo soy Matilde.
[publicados originalmente en De Entonces y Ahora,
editado por el Fondo de Cultura Económica en 2014]