
Preludio, muerte y resurrección de amor
Martha Chávez Padrón
III
Yo me quedo con la boda de lo
humano y lo divino que es la gloria.
Unamuno.
Si tú pudieras transformar la huida
y con ternuras deshacer el hielo,
de tantas horas, muertas en el duelo,
que por tu amor mi corazón anida.
Por el luto ¿es lucha indefinida
entre el amor y el Ser?, amar es cielo
que integra al Ser?, ¿o sólo es torpe anhelo
que eclipsa al fin la verdadera Vida?
Déjame amarte; pero no destruyas
al ser que busca su maduramiento,
ni nunca sueñes sus orillas tuyas.
Quizá la posesión es un intento
de absurda muerte que un ser comparte.
Ama sin retener. Y deja amarte.
(1948)
VI
Te amaba, sin saberlo,
en una soledad triste y amarga.
Yo solo iba perdiéndome en la nada
como espectro que, ciego desde el lecho,
pacientemente te esperaba
tras el antiguo muro de sus sueños.
La pretérita frase, nuevamente
asoma del pasado:
¿por qué tardaste tanto?
Con callada ternura, muchas veces
alargaba mis manos
dibujando tu faz, sin conocerte.
La Vida nunca advino en esa espera
—de silencios narcóticos y extraños—
donde soñaba tanto
que, serena,
la sencillez esbelta de tu mano
me deshacía entre luces la ceguera.
Y así, ya te esperaba,
pronunciando tu nombre entre mis sueños
y nombrándote, llamaba al mismo eterno
con un párvulo acento en la garganta.
Hoy sé que sin saberlo,
adiviné tu imagen tan amada.
(1950)
XVI
Te amo —dulce sueño a quien espero—
y el corazón repite sin fatiga
esta preciosa frase que mitiga
la soledad estéril donde muero.
La Vida sólo existe en tu lindero
y se carga con frutos y de espiga.
Mas, die amor ¿qué quieres que te diga
para lograr que seas mi compañero?
¿No ves que es inaudito abrir tu herida;
morir; y al mismo tiempo y sin remedio,
estar enamorado de la Vida?
Saber, si todo acaba mientras clamo,
que volverá a latir después del tedio
un eco repitiendo aún te amo.
(1949)
XVIII
Tu amor me redescubre cada cosa
dando alegría, brillo y bruñido
al renovado ser de su sentido;
y la torna querida y afectuosa.
Ya nada me es ajeno en mi afanosa
visión que me transforma agradecido
y amo a cada prójimo; y lo cuido.
Esta vida, jamás fue tan hermosa.
Hoy que te amo recibo cada afecto
como tesoro incomparable y bello
aunque sea pequeño e imperfecto.
La amistad, parentesco, tu destello,
me parece universo tan perfecto
que lo llevo cual joya aquí en mi cuello.
(julio 6, 1982)
XXXV
Es inútil, amor, más sufrimiento
por la triste ventura de encontrarnos.
Estamos frente a frente, como hermanos
que asombrados comparten —paso a paso—
el mismo atormentado sentimiento.
No sufras más, por nuestro sino aciago:
las lágrimas son húmedos luceros
cuando brotan temprano
y los ojos son jóvenes y tiernos,
pues sólo en la alborada tiemblan bellos
con increíble e íntimo reflejo
que no mancha con farsas su milagro.
Más también, pasa a veces que algún astro
alcance brillos por la noche, dueño
de su más esplendente titubeo;
y asimismo, que el invierno
hiele vida y belleza al ofrecernos
un preludio de muerte con su cuadro.
¿Lo ves? Todo es tan claro.
Déjame el llanto a mí, que te lo ruego
temblando de dolor, como mi acento.
Tú, permanece en lo alto
—como un ser amadísimo y perfecto—
para que así, yacente a mi resguardo,
me permitas llorar nuestros quebrantos
y colmes con mis húmedos destellos
la inolvidable cuenca de tus manos.
Sólo así para siempre entre tus dedos
podré llorar al fin nuestro fracaso
con el más desolado sentimiento.
(1955)
XLVIII
en Uruapan, Mich.
He recorrido el mundo ansiosamente
por el mar, por la tierra, por la nube;
con los ojos del cuerpo en todo estuve
y su obra admiré con fría mente.
Tanta belleza he visto y aun asiente
mi alma, que no hay nada que coadyuve
a extinguir esta sed de ti que tuve
y que perdura tan tozudamente.
¿Por qué en un pueblo tan feliz yo fui
cuando a tu lado disfruté, en calma,
la fuente con su estilo garcesí?
¿Por qué después ya todo me desalma?
Es que ese pueblo a tu lado vi
con los ojos del cuerpo y los del alma.
(mayo 30, 1953)
L
Tu mirar es inmenso, pero triste,
como la puerta clara, adorable,
de un mundo de amor interminable
que una vez de mi mano recorriste.
Lo extraño es que el amor de mí aprendiste
de tal forma, tan honda y tan notable,
que tu alma te fue irrecobrable
porque quedó en mí cuando te fuiste.
Por eso sólo ríes cuando gozas
un momento feliz de comprescencia
y me cuentas de tu vida y de tus cosas;
y al encontrar en mí tu propia esencia
generas nuevas fuerzas milagrosas
para seguir viviendo en nuestra ausencia.
(enero 20, 1977)
LXXIV
Nací como ente raro amando todo
y sin memoria para nada malo;
sólo el bien en mi alma acabalo
y olvido fácilmente todo enlodo.
Soy un ser sin defensa, que incomodo
porque discreta el corazón escalo
y mis ojos derrochan el regalo
de ver los ángeles en vez del lodo.
Contra el odio contesto una plegaria
de mágica piedad tan poderosa
que preserva ésta imagen venturosa:
una niña sin piel, estrafalaria,
traumaturga sensible y amorosa,
extrañamente triste y solitaria.
LXXV
Al final del vivir, comprendo tanto,
que todo se me aclara y simplifica
y el dolor que en la vida mortifica
por el amor se apaga, como encanto.
Fue quedándose atrás la angustia, el llanto
el diario preocuparse que complica,
la duda que la mente crucifica,
la soledad, las sombras y el espanto.
Hoy ya sé que el amor es la medida
que tiene cada quien: reflejo tierno
que al seco terrón le engendra vida.
Depurada por fin, todo discierno
como un vaso de barro donde anida
la infinitud radiante del eterno.
Referencias:
Chávez Padrón, M. (1986). Preludio, muerte y resurrección de amor. México: Editorial
Porrúa. ISBN 9789684521681. Consultado en el Archivo Histórico de Tampico (500-11).