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Yo también hablo de la mosca

María Luisa Govela

a lo dijo Monterroso: “Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres”.

Para la mala fortuna del resto de los pobres escritores, Monterroso agotó los aspectos grandilocuentes que podríamos tratar sobre las moscas. Como aquello de afirmar: “En principio fue la mosca…” o sostener que no tenemos ángeles sino moscas de la guarda.  Ay, don Augusto ¡Qué poco nos ha dejado a los colegas que compartimos su entusiasta admiración por los alados insectos! 

Por su parte, el inglés William Golding, Premio Nobel de Literatura, escribió una magnífica novela de aventuras que es una verdadera parábola de nuestro tiempo: Lord of the Flies, o El señor de las moscas. Pero Golding cubre a sus moscas de ignominia. Estos insectos forman un nauseabundo hervidero negro que tapiza los intestinos y la cabeza de un jabalí sacrificado. Moscas dentro de los ojos y dentro y fuera del hocico sonriente del cráneo de la bestia. Moscas que beben el sudor de Simón, uno de los niños protagonistas, y juegan al salto de rana sobre sus muslos. Moscas verdes, iridiscentes, innumerables, irreverentes. Moscas con el zumbido de una sierra asesina, porque es el zumbido del odio, de la envidia, de la suma de todos nuestros pecados. Moscas que representan lo más oscuro del hombre. 

 

En la Metamorfosis, si Kafka no hubiera sido tan descriptivo al contarnos cómo Gregorio Samsa despertó una mañana convertido en un insecto cuyo lomo está cubierto de una especie de brillante caparazón…tal vez nos hubiéramos ilusionado, pensando que se trataba de una mosca. Pero el desdichado Samsa se ha convertido indudablemente en una cucaracha, aunque Kafka no lo admite jamás. La verdad es que el mismo Samsa nos da la clave de su identidad cuando confiesa que siente un gran placer al correr velozmente por las paredes con sus ágiles patitas. ¡Qué distinta suerte la de Gregorio si se hubiera podido remontar por los aires como águila, mejor dicho, como mosca…si hubiese podido cosquillear y posarse una y otra vez, cien veces, en las narices y las calvas de sus ingratos familiares…si hubiese podido zumbar incesante, irritantemente en sus oídos cuando intentaban dormir una siesta…¡qué dulce venganza hubiera disfrutado el infeliz Gregorio! 

 

¿Y qué podemos decir del papel de la mosca en la cultura popular? En esta área su participación es sumamente importante. Hay moscas Tse Tsé; moscas y mosquitas muertas; moscas en leche; podemos estar amoscados; dejarnos crecer la mosca o soltar la mosca, es decir, pagar. Indican mis fuentes de investigación que nada tienen que ver con las moscas los moscovitas.  

 

Los parisinos, en cambio, tienen sus famosos bateaux mouches o barcos-mosca en los que los turistas pueden pasear por el Sena como moscas sobre la cubierta del navío. 

 

En las grandes ciudades mexicanas abundan los hombres-moscas, intrépidos ciudadanos que diariamente arriesgan el cuello durante largos kilómetros, prendidos hasta con las uñas de las paredes de camiones urbanos en los que viajan en calidad de dados de cubilete. 

 

Nuestros insignes poetas no han permanecido inmunes al tema de la mosca. El conocido vate tamaulipeco Rodrigo Díaz de Miquihuana escribió una Oda a la mosca en donde se transparenta la ojeriza provocada por el vilipendiado insecto: 

 

¡Oh, mosca, tus ojos de basilisco 

tu zumbido de aspid, 

tus circunvoluciones, 

me irritan, me atormentan! 

¡Ya no juegues con mi honra, 

parrandera! 

Mosca negra, mosca negra, 

¿Dónde, dónde andarás? 

Pero mal rayo te parta, 

¡Oh, pérfida bribonzuela! 

Si los hirsutos alambres 

De tus famélicas patas 

Posar osas sobre mi laureada frente, 

Sobre mi casto lecho, 

Sobre mis excelsos poemas. 

Niño ¡Espanta la mosca! 

¡Mata la pícara mosca, carajo! 

¡Pero YAAAAA! 

 

A lo largo del poema, podemos apreciar como el odio del poeta va in crescendo hasta hacer crisis en esa explosiva apoteosis de la infamia: «¡Mata la pícara mosca, carajo!» 

 

Tú, amigo lector, resiste con cordura los ataques de las moscas, no permitas que su exasperante actividad te enajene como ocurrió con el excelso poeta Rodrigo Díaz de Miquihuana. Tú, siempre atento a la sabiduría popular, si tienes una mosca, haz un moscatel. Es decir, más vale mosca en el tintero que ciento volando. Y si te gusta escribir, no te olvides de las moscas. Recuerda lo que una inconfesable cucaracha hizo por Kafka. Piensa en los millones de dólares que los filmes La Mosca I y II produjeron a sus realizadores cinematográficos. Imagínate lo que podrá hacer por ti este insecto volador que es la encarnación misma de tres elementos indispensables para el éxito: iniciativa, paciencia y persistencia.  No obstante, si te resulta repugnante escribir sobre ella, atiende al consejo del sabio Monterroso: estúdiala, al menos. ¡Tenemos tanto que aprender de la mosca! Tú, obsérvala cuidadosamente…¡Por si las moscas! 

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