I 

¿Que «el primer verso nos lo dan los dioses  

y los demás se vienen solos»? —Bien. 

Heme aquí, con más afán que candidez,  

atento y ávido el oído, 

frente a una hoja blanca de papel 

—lápiz en ristre—, desde el amanecer. 

 

II 

Perdida la noción del tiempo  

ya no sé 

si esta silenciosa noche  

es la de hoy o la de ayer. 

Cuando los dioses callan, 

¡qué aridez! 

Mi expectación ante el silencio  

sólo es un náufrago con sed. 

Vacío está el papel en blanco.  

Yo también. 

 

 

III 

Dicen que hay que dar el salto  

fuera de sí, para aprehender 

la otra voz* 

Habló el oráculo ¡y salté!  

Ah, pero no fuera de mí,  

sino al revés, 

del yo fugaz y transitorio  

al otro yo que no se ve. 

 

Y allá, donde el silencio es otro,  

por algo más que desnudez, 

se alzó mi soledad en llamas  

y temblé. 

 

IV 

¡Ardan allá, por átonas y oscuras,  

estas palabras secas, para el fuego! 

Pasto a mi soledad y fuga 

de un trémolo del humo que hace su flor del heno. 

Ni heterofonía —al margen de la música—,  

que ni siquiera tiene un eco 

del soplo que no roza nunca 

este motín de sílabas-estruendo,  

ajenas al silencio donde alumbra  

la volitiva Voz del Viento. 

 

V 

Un poeta es una luz, una cosa sagrada 

que tiene alas… 

Sócrates 

 

Si esto es así, ¡oh dioses!,  

con razón 

no puedo oír vuestro silencio.  

Canto rodado soy, 

sin luz ni alas para el vuelo. 

Y el corazón 

de oscura soledad ardiendo, 

¿de dónde, cómo, quién me dio  

llanto, palabra y pensamiento? 

 

VI 

Y digo: 

Antes que nebulosas y galaxias, 

sol de soles, la Luz ha sido y es el Verbo. 

Sobre el caos, un fiat! fue su palabra. 

¿Por qué negarme, ¡oh Dios!, el primer verso,  

si ayer, de aquella soledad en llamas, 

tocaron las diez yemas de mis dedos  

la luz audible que mora en mi alma 

con fuego que consume hasta el silencio?  

Si de raer todo se trata, 

¡oh dioses!, os acepto el reto: 

¡Raedme ya del alma 

memoria, voluntad, entendimiento  

y la palabra! 

 

 

*Octavio Paz