Luz en el desierto
Carmen Alardín
Estival
Cansada de contar la misma historia
se fundió en el verano.
Dejó de acariciar a las esferas
o alimentar el arco iris.
Guardó en el arca las semillas
que no cupieron en el surco.
Y se guardó a sí misma,
abanicando,
con un nuevo temblor
viejas ciudades.
Cesó al fin de buscarse entre las aguas
y hacer su juego al viento.
De sus venas pulsó la última cuerda
y entonces
comenzó a cantar.
La navaja imposible
Difícilmente una mujer
puede escribir la historia.
Cuando mucho la poda,
o la germina,
la empieza o la transforma,
sin descubrir que al fondo de su vientre,
se ha quedado olvidada una palabra
que un hombre ya jamás rescatará.
No pude detener los elefantes
Puedo jurar que yo hice lo posible. Lo imposible tal vez. Pero su fuerza fue más poderosa. Aparecían de todas partes de la ciudad. Se asomaban por todos los escaparates. Brotaban de los cristales fríos y dispersos con un ritmo de marcha militar. El ángel de la independencia se asombró también cuando pasaron. No sé si fueron tres, seis, diez elefantes; pero una vez reunidos, tuve que alimentar su espíritu con complicados cuentos de la selva. Se entusiasmaron mucho con mis historias y sus asambleas adquirieron un carácter universal. Por más que traté de poner fin a sus reuniones no quisieron seguir mi consejo; y un día de año nuevo astral, decidieron marchar en dirección a tu casa. Me prometieron darte suerte en el dinero. Yo había escuchado que multiplican la fortuna; pero que deben tener la trompa para arriba. El hecho es que yo no pude detener los elefantes.
Créeme que lo siento de verdad. Yo sé que los regalos te disgustan. Sobre todo esa clase de regalos. Pero ellos decidieron irse contigo por unanimidad.
Yo les advertí que a ti podría darte pena, que sobre todo no tendrías tiempo de atenderlos. Me imagino que son capaces hasta de hacer perder el tiempo nuevamente a Marcel Proust. Ellos no me hicieron el menor caso y emprendieron el camino hacia tus dominios; además dijeron que aquí no podrían permanecer por más tiempo, que este lugar estaba lleno de gatos sagrados y minotauros escapados del laberinto.
A manera de consuelo te diré que nunca han sido elefantes de circo, ni sentido la aspereza de la prisión sobre su piel. Tampoco son los elefantes sofisticados de las películas de Tarzán. Estos elefantes nacieron para ser tuyos, no para ser libres no esclavos. Llevan la marca de que son de tu propiedad en el pie derecho, o tal vez en el izquierdo, no me fijé.
Podrás apreciar que no se trata de elefantes pesados. Pueden danzar con música de Mozart, siempre que no recuerden que a este músico le faltaba el dinero. Puedes bañarlos con cualquier detergente. Debes pedirles el oro de las minas de Salomón. Y en las noches de luna, acuérdate de poner sobre sus lomos una bailarina de papel, como aquella que estaba enamorada del soldadito de plomo.
Cuando sientas que están cansados, promételes que les tomarás fotografías, que les harás una película especial, y que serán famosos. Ya verás que enseguida se reaniman. No les hables jamás de la memoria, porque eso se los menciona toda la gente.
Que nunca vayan a pensar que estás triste, porque a estos elefantes a menudo les da por llorar. No les cuentes historias de amor, llegarían a ponerse celosos. Ellos han aprendido a quererte tanto como yo.
Los elefantes te presienten cuando se acerca la primavera. Con gusto te llevarían a dar la vuelta al mundo. Cuando sientas un muro que te angustia, ellos tendrán un gran placer en derribarlo; aplastarán gozosos todos los obstáculos que se interfieran en tu camino. De ser necesario, me aplastarán incluso a mí.
Nunca se sabe cuando tienen sed, pero les dije que sólo podrías invitarlos a tomar alguna bebida tropical y les pareció perfecto. No pusieron ninguna objeción. No les dije qué música prefieres, pero ellos ya sabían que entre los poetas te gustaba mucho Baudelaire.
Si llegara el día en que no te sirvan para nada, puedes olvidarlos; mas no trates jamás de detenerlos, porque su paso lento y decisivo, lleva en sí los ritmos más hondos, y los más poderosos secretos del corazón.
Para que las estrellas te recuerden,
colocaré tu imagen esta noche
mirando a la ventana;
para que llegue el tiempo de tus pasos,
haré que con tus ojos simplifiques
y enciendas las mañanas.
Llamaré con tus nombres a los días,
para que todos lleven los distintos
matices que despiden tus palabras.
Navegaré las horas río abajo,
hasta que por las playas del retorno
aparezca el velero de tu canto.
Y al padre olvido escribiré una carta,
diciendo que ya es tiempo, que descanse,
y esta vez deje libres nuestras almas.
Nuevo puerto
Nada de nuevo al mar podemos darle
que los restos de todos los naufragios.
Su lindero infernal nada permite
bajo el secreto de las viejas algas.
Todo se ha dicho ya.
Todo han callado
muy a tiempo las brisas,
las arenas.
Nada nuevo al amor han de brindarle
nuestros nombres grabados bajo el sol.
Todo se amó y lloró,
pero los barcos
saludan siempre como nuevo al puerto.
Otras navajas
Qué lástima mi amor que las navajas
se utilicen con fines asesinos,
porque podrían relucir al cabo
de una noche brillante y oportuna
delineando la curva de tus senos
y haciendo un viaje utópico a la isla
donde se oculta inmerso mi pasado.
Qué lástima mi amor que las navajas
tengan tan mala fama en las novelas,
pues con ellas se graban iniciales
de un amante que triste se despide
junto a su amada en un atardecer.
Qué lástima mi amor que las navajas
no recuerden tu sangre ni mi sangre
porque el pacto de luna hace ya mucho
que tras una muralla se ocultó.
Transformación
Dejaste de contar con la sorpresa
o sin duda fue ella
quien dejó de asomarse
por los huecos del tiempo.
Dejaste de atisbar a la sorpresa
por los minutos insolubles
y todo se fue haciendo más profundo
como si descubrieran tus pesquisas
algún país abandonado
bajo el rumor de los instantes.
Se vende un ángel
Se vende un ángel en abonos fáciles
para atrapar los monstruos de la aldea,
domesticar sus fauces biónicas
y adivinar la suerte a esas personas
que se impresionan con el aleteo.
Se vende un ángel en tarjetas
para llenar el tiempo a la ociosas damas
que se entretienen con amantes
más ociosos que ellas.
Se vende un ángel de uniforme
que tal vez no vuela, pero siempre vigila.
Nos dice sólo lo que deseamos escuchar.
Paralelo a ésta época que se dora y de devora.
Navajas vivas
Si tú me preguntaras por qué vivo,
tan sólo con vivir respondería.
Dejaría caer esa navaja
para marcar mi espacio abierto,
y olvidaría todos los quehaceres
que no fueran de amor
o de silencio.
Si tú me preguntaras por qué vivo,
por vivirte otra vez,
desviviría.
No hallarás tu ciudad si no transitas
una por una todas sus aceras.
No hallarás tu ciudad si no la llevas
cimentada en tu llanto y tu sonrisa.
Desde que el mundo comenzó ha nacido
una ciudad distinta en cada uno
de los escombros, y una chispa nueva
de ilusión y de asombro entre sus torres.
Ciudad ni cimentada ni bendita
que surges de Insurgentes para muchos
aunque no para todos los que buscan
la pincelada de la eternidad.
Santa o demonio, nada importa ahora,
que no eres más que piedra sentenciada
a ser agua de nuevo como fuiste
antes de ser de este planeta Tierra.
Por lo que ya no ha de volver,
por lo que nunca ha sido ni será.
Por el viento sin árbol,
por el árbol sin lluvia y sin sustento.
Por el ayer, mañana y otros días
que cayeron al pozo de los sueños.
Por las cartas perdidas, por aquellas
desoladoras lágrimas sin eco,
por la mínima luz de la esperanza,
guardo un manto invisible con tu imagen,
como guardó Verónica en su lienzo
la figura sagrada del Maestro.
Luz en el desierto
Para dejar de amar,
se convirtió dudando
en su propio desierto.
Fue removiendo las arenas
y renunciando a las raíces
ya calcinadas y amarillas.
Para dejar de amar,
pintó la soledad de varios tonos,
y se salió a brillar
consigo misma.