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La Plaza de Armas

Carlos González Salas

Alguien se quejaba amarga y nostálgicamente de que las serenatas en la Plaza de Armas de nuestra ciudad y puerto se hubiesen democratizado al punto de que sólo gleba concurría a ellas y no aristocracia.

Lo decía con cierto dejo de desdén para las masas populares que todo lo van invadiendo y se hacen presentes en todos sitios: centros recreativos, religiosos, parques, plazas. Como cronista, yo observo el fenómeno como uno de tantos efectos de la masificación y anonimato de nuestro país disparado en el tobogán de la industrialización inevitable. 

 

Halagador por otra parte resulta conservar una tradición añeja que por hoy sigue cumpliendo aun con cierto desorden y que consiste en el tradicional «serenata» en que jóvenes de uno y otro sexo, expuestos a las traicioneras flecas de Cupido, dan vueltas a la Plaza mientras los acordes de la Banda Municipal desgranan melodías, atacan una marcha o se mecen al dulce balance o de un vals de Strauss o Felipe Villanueva. 

Junto con la del Muelle, guarda el honor de haber sido mencionada desde el primer latir de la vida del Tampico moderno, con el pomadoso nombre de Plaza Mayor, el día 12 de abril de 1823 cuando en el así llamado Alto de Tampico el Viejo fue trazado estando presentes el presidente del ayuntamiento de Altamira don Juan de Villatoro, el síndico procurador don Felipe de Lagos y todos los primeros pobladores ante el secretario de aquella corporación don Juan de Escobar. 

Siguiendo la tradicional distribución de los pueblos españoles los mexicanos constituyeron su centro de la vida política, civil y religiosa en las plazas mayores; y así surge nuestra provinciana Plaza al destinarse una cuadra para Iglesia y Curato en una esquina —la de las calles Estado (hoy Emilio Carranza) y Cuartel (hoy Colón), si bien pronto le fue asignado el solar que hoy ocupa hasta la fecha—; dos solares de 25 varas de frente para casas consistoriales y otro para escuela mencionado posteriormente; se numeraron después los solares a los primitivos pobladores y así quedó trazado al que se le puso el nombre de Santa Anna de Tampico. Los avatares políticos y las oscilantes actitudes de su Alteza Serenísima, a quien se había arrancado como jefe del Ejército Libertados el decreto de fundación, borraron poco después su memoria quedándole a la ciudad nacida cabe el río Pánuco el nombre de Tampico. 

 

Las casas consistoriales ocuparon por largo tiempo el lado poniente del flanco de la plaza con sus anchos soportales, su techado de tejado de dos aguas: lo mismo la cárcel y la secretaría. Allí se celebraron bajo el portal los actos y ceremonias donde los oradores oficiales solemnizaban las patrias efemérides con discursos grandilocuentes. En el año de 1925 los poderes municipales se trasladaron a un bello edificio de dos pisos en la esquina de Colón y Emilio Carranza siendo presidente municipal Federico Martínez Rojas. En 1928 el movimiento hacía estrecho el recinto y se pensó en una construcción más amplia y funcional bajo el Ayuntamiento presidido por Enrique Canseco. En 1933 ya estaba en funciones sin ser inaugurado oficialmente. La inauguración iba a tener lugar el 16 de septiembre. Pero quedó en suspenso por los ciclones del 15 y 25 de septiembre. Y así nunca tuvo lugar esa ceremonia. 

 

Personaje imprescindible en la historia de nuestra Plaza Mayor ha sido el templo parroquial con sus históricas transformaciones que se vieron coronadas con el título de S. Iglesia Catedral cuando el 12 de abril de 1923, esplendoroso primer Centenario de la Ciudad, se hizo realidad el decreto del 3 de marzo de 1922 que le otorgaba ese rango. Pequeña iglesia de pueblo, más tarde de mampostería cuando pueblo y gobierno se empeñaron en darle una más digna casa de culto al Señor según el diseño del arquitecto Lorenzo de la Hidalga que se puso en obra bajo el entusiasta empeño del presbítero José Juan Calisti. Derrumbes, el de la nave central el 27 de septiembre de 1917 y el de la torre poniente por obra de un rayo, en vez de apagar encendieron más la fe de los creyentes católicos. La construcción actual que data de 1922 y la remodelación con canteras potosinas (1966-1968) conservando su peculiar estilo neoclásico la dignificación y embellecieron. Y allí se yergue, esbelta, airosa, como centro y corazón de la devoción del pueblo. 

 

Aquella lluvia de bolos de los bautizos que caía en medio de la algarabía infantil ha ido cesando. Pero en las palmeras de la Plaza de Armas tampiqueña sigue chisporroteando la alegría, la luz y esplendor de las claras mañanas porteñas. 

 

Aquel quiosco anacrónico contemplado tantas veces por los ciudadanos de Tampico fue sustituido durante la presidencia de Juan Gómez Sariol por otro barroco en que a la fantasía popular pareció un pulpo y en el que el cronista sólo descubre la buena intención del alcalde de dar vista a la plaza por medio de algo espectacular y desusado, porque esa arquitectura un poco morisca en ningún otro sitio encuentra par. 

 

Plaza de Armas por ti han discurrido desfiles de carros alegóricos, fanfarrias populares, desfiles deportivos, militares, manifestaciones: quien los vivió asegura que como los carnavales de 1926 no ha habido otros de vistosos y alegres. Te has llenado de confeti, de serpentinas, de risas de gritos de júbilo en los días de fiesta; por tus ámbitos han resonado voces de oradores a veces airados; como ágora, quedas por debajo de la otra plaza hermana, la de la Libertad; sobre ti han reventado canastas de aplausos, pero también en ciertos episodios como las luchas de los Antorchistas, que pretendían tomar a viva fuerza el Palacio Municipal ha sido escenario de balaceras y zafarranchos. La vida es así: un rosario de penas y alegrías. Y tú, parte integrante de la ciudad-personaje, tampoco has escapado a sus vicisitudes. 

 

Por la calle del Cuartel (hoy Colón) pasó en un tiempo lejano el tranvía de mulitas como espectáculo que terminara en 1912. 

 

Tu fisonomía ha ido cambiando; ¡Quien recuerda que en la esquina de Olmos y Carranza estuvo el Casino Tampiqueño desde 1905 hasta 1953? ¿Y que en contraesquina el cine Alcázar dio la impresión durante una época de una construcción morisca? 

 

Y mientras, el viejo reloj de Catedral donado por Ángel Sainz en 1878, implacable, sigue devorando tiempo... 

OTROS AUTORES
DE CRÓNICA

Referencias:

González Salas, C (2006). Tampico es lo azul. México: Ayuntamiento de Tampico-ITCA-Porrúa.  

----------------------- (1981). Tampico, mi ciudad. México: Grupo Unido de Alijadores de Tampico S. de R. L.  

----------------------- (1977). Tampico, crónica de una ciudad. México: Ayuntamiento de Tampico. 

Consultados en el Fondo Carlos Gonzáles Salas del Archivo Histórico de Tampico. 

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