
El verdadero rostro de Cervantes
Banito Gámez González
No se tiene, más que en apócrifo, el rostro de Cervantes
y el saberlo confirma el desinterés que siempre has
sentido
por ese hombre que mira de reojo y no es Cervantes.
Miguel sabía reírse. Pero atención, de una forma distinta
a como se carcajea el hombre que preserva con orgullo
su porción de bruto. No, Cervantes descubrió
una dulzura y un placer que nacen del infortunio
que se llama vida humana; que se llama nacer y ser pobre
que se llama ser noble y ser traicionado; que se llama
ser valioso y ser tratado como paria; que se llama ser
inteligente
más aún, ser un genio y que todos se burlen en tu cara.
Toda esa amargura descomunal —no olvidemos sus
cinco años y medio de esclavo en Argel— la supo
transmutar en refinamiento sabio
y en dulzura sonriente, es decir: en humorismo.
Y al hacerlo
inauguró un camino de luz para los hombres de
Occidente.