De abandono, muerte y resurrección
Alejandro Rodríguez Vicencio
Tampico soul
Más allá de las dársenas,
un remolcador alienta
con resoplidos de vapor
parpadeos agonizantes en el faro,
donde cantores desdentados
reniegan contra la podredumbre,
que oculta entre las calles
la infamia de no poder besar
caricias compradas
entre paréntesis oscuros.
La dispendiosa cama
a estertores abriendo
batientes enrejilladas y roñosas
por las que se divisan,
entre la balaustra afrancesada,
barcos borrachos a la deriva
y gaviotas nacaradas,
en la nebulosa
argentante del amanecer.
Muy lejos la noche.
Sin amos.
El Amor no es bello / Elogio a mi locura
Soy el rumbo que no se doblega a la rosa de los vientos,
Puerto que ha resistido invicto sucesivos diluvios;
una calle de marzo viste de colores nuevos el oscuro
gotear de los cuerpos sobre la bruma que oculta
los contornos del mundo,
palabras gritan gotas arcadas.
¡A los mares habrá que acudir en busca de tormentas
a las piedras preciosas en busca de brillo
al viento para expandirse a cuerpo lleno
a la lluvia para caer rendidos de gravedad
y a la noche para engendrar el todo de la pasión.
Es la pasión con lo que sobreviven los documentos
rescatados de otros naufragios, otras tormentas,
otro brillo, otra gravedad.
Liberado en el esfuerzo el amor se funde al cielo,
el atardecer, la calle etcétera y cae
en la borrasca de amar;
pero el amor no es bello,
confunde el destino de los seres.
cuerpos unidos contra la ventana al atardecer,
abrazados en un hiato ambarino de piel, saliva,
sudor, gemidos, heridas salobres
abismándose una en otra.
En la cumbre
en la cumbre luminosa de los días del amor sin condiciones
brilla la esperanza de un mundo que ha estado aquí
como el reflejo sobre los cristales del agua
en el viento que traspasa los rayos oblicuos de luz.
el esplín de la risa de mi niña río conmigo
como copos de nieve sus mirares y como las olas.
río de mi torvo miedo y oscuro pasado,
de la trascendencia de la ocasión y sus alrededores.
veo en los ojos de Gina la burla contra esa vida
y canto los poemas de mis amigos, es mi forma de leer.
cantamos los tres con mi nueva-vieja guitarra
letras de ayer, de abandono, muerte y resurrección.
esta locura transforma la semana en hormiguear de días,
traslada la noche a la profundidad de la duda.
no que hayamos activado el artefacto de la putrefacción
o escapado por la puerta falsa del conformismo.
una canción flota ahora sobre nuestras cabezas,
comprende al mundo ajeno a toda esta belleza,
comprende a nuestros muertos que sonríen desde el otro mundo.
la luna apareciendo y desapareciendo,
miríadas de nubes atravesando la sierra,
los rayos de sol en jubileo, tumbas abiertas,
atmósferas rotas, el caos hecho añicos.
leones en el desierto, un perfil de rocas bajo el riachuelo.
mariposas en las vetas de las laderas. Se despliegan aves
del paraíso.
Ars Amandis
En el cuerpo del amor son muchos cuerpos
ensimismadas cicatrices de envidia.
Cuerpo estúpido bajo afeites,
cuerpo blando entre besos,
cuerpo entre cuerpos absoluto,
cuerpo moribundo,
cuerpo opaco.
Porque en tu altar te sacrifican
tiempos de vacío imperdonable
y no eres más cierto que la muerte,
nos has convertido en incendios en exilio,
inalcanzables ámbitos de miedo.
Lagos inmóviles bajan susurrantes planetas fríos,
carreteras de un solo sentido,
espacios exteriores.
Escupes, sangras, embistes, te sonrojas,
palpitas, permaneces, engañas, permaneces,
titilas, sobrevives a las adoraciones.
Ante un zapato
No podrá murmurar tu nombre, el viento está al acecho,
su caracol infinito me llevaría por tortuosas escaleras.
No podré ratificar mi sentimiento constatando la caída de las hojas.
Su orfandad azul obnubilada me atraparía para siempre.
Bordaré una Epifanía para las aves que vuelan a sus nidos
en un eterno encontrarte a cada sombreada y tibia copa.
Desmadejaré cometas, los bordes de los ríos, las playas solitarias
para que el retomar silencioso no tiemble en la esperanza.
Emigraré de la melancólica figura de los sauces llorones
y desde el alma de un ser alado te miraré pasar
como una góndola borracha de pátina y de sombras.
No dejaré que la última cuerda de mi arpa se rompa
a cada mirar acompasado desde tu abismo pupilar
hasta mi táctil calma,
blandearé en arietes una luna, negra pocilga,
para que desde el espacio
oblongo y sin salida de tus ojos lleguen a mis olas.
Morir un poco
He aquí que un hombre común llega a casa
A respirar el poco de sí mismo
Que queda al final de todas las cosas,
ese hombre común respira
el mar desde su lecho,
siente la arena y brinda
y rompe las copas,
hay una mujer inmiscuida;
las sirenas aúllan lejanas,
la luna está en su cenit,
es de noche y hace frío.
He aquí que un hombre común llega a casa
a respirar un poco de sí mismo,
al amanecer,
descuidadamente desmadejado,
nace caduco cada día.